Pasado varios días Mariana no
sabía de Kendall, él no había ido a visitarlo como acordaron y hasta le falló
en una cita que tenían. En vez de estar molesta, estaba preocupada y un tanto
asustada por el chico.
Luego de cerrar el local, al
llegar a su departamento lo primero que hizo fue buscar en su agenda el número
del hotel donde Kendall se hospedaba y llamarlo.
-Por favor, me transfiere a la habitación 321 –dijo Mariana al
teléfono. Estaba llamando al hotel.
-Espere un momento por favor –tardó
unos segundos-, disculpe señorita pero esa habitación ha sido desocupada.
-¿Qué? ¿Desde cuándo?
-Hace… tres días.
-Pero eso no puede ser –exclamó
-¿Sabe a dónde se fue el huésped?
-No, disculpe.
-De acuerdo, muchas gracias –colgó.
Mariana estaba confundida, no sabía que estaba sucediendo exactamente, ¿dónde
podría estar Kendall? ¿Por qué no le dijo nada? Sacudió la cabeza y libró sus
pensamientos negativos. Seguro el tendría una buena excusa. Seguro se mudó de
hotel y se estaba instalando de nuevo.
Al bajar, se encontró con su
primo Liam en la cocina, quién se percató de que algo le estaba sucediendo a la
morena.
-¿Qué te pasa primita? Te veo
desanimada.
-No es nada –murmuró.
Se sentó a su lado y la miró
determinadamente –Cuéntame –susurró.
-Es que ha pasado algo muy
extraño, Kendall está desaparecido, no me ha buscado, no me ha llamado y cuando
intenté contactarlo se me hizo imposible –respondió con desánimo.
-¡Kendall! –exclamó Liam.
-Sí, Kendall.
-No, no es eso. Mariana,
Kendall te dejó una carta en el buzón del correo hace unos días, la guardé en
un estante de la biblioteca y olvidé dártela.
-¿Qué? ¿Cómo pudiste olvidarlo?
–espetó.
-Discúlpame, de verdad. –Liam se levantó de la silla fugazmente y fue a
buscar el sobre que tenía el nombre de Mariana en su exterior. Ella le arrancó
el sobre con molestia y subió a su habitación apresurada. Quería leerla sola.
«Querida
Mariana, te escribo en este pedazo de papel porque no fui capaz de decirte esto
en la cara. Me voy de California
Heights, seguro cuando leas estas letras es posible que ya me encuentre en Los
Ángeles y posiblemente no vuelva a regresar a ese lugar. Sé que soy un cobarde
pero no podía decirte eso y partirte el corazón, no soportaría verte sufrir por
mí, yo no lo valgo.
El
principal motivo de mi partida es por una llamada que recibí, Steven Spielberg
me llamó para hacer la película con él, ¿no es genial? Espero que te agrade
saberlo, pues sabes lo tanto que había querido obtener el protagónico en esa
película.
Quisiera
que supieras que pasé grandes momentos junto a ti, gracias por estar a mi lado
y ser tan amable y paciente conmigo, yo no lo merecía pero tú no desististe. Lo que más me gustó fue besar tus labios
aquella noche, siempre recordaré ese dulce sabor que dejaste en mi boca, esas
caricias y esa mirada tan tierna. Tú me robaste el corazón y es importante que
sepas que te quiero y mucho.
Siempre tuyo,
Kendall. »
Las lágrimas se esparcían con mucha rapidez por las
mejillas de Mariana, estaba desolada. Arrugó con fuerza la carta que recién
había leído y la lanzó contra la pared y se rompió en llanto hasta la siguiente
mañana.
Su primo entró a su habitación pues comenzó a
preocuparse cuando la chica no bajó a desayunar. Se había pasado la hora para
abrir la librería y ni siquiera había dado alguna señal de que ese día iba a
abrir. Lo mismo sucedió los dos días siguientes. Mariana pasó tres días
seguidos encerrada en su habitación, sin correr las cortinas ni dejar entrar
claridad al lugar. No comía, no hablaba con su primo, tan solo dormía, solo así
podría pasar tanta tristeza.
-Mariana, estoy muy preocupado por ti –le murmuró
Liam, sentado en la orilla de su cama-, ¿qué sucede linda? Desde que te
entregué esa carta no has bajado a probar un bocado, ni siquiera has ido a tu
trabajo que era lo más importante para ti. –La chica seguía sin hablar –Mariana,
tu madre te llamó hace dos días, está preocupada porque no le has devuelto la llamada, ya no
sé que excusa inventarle. Mariana, Marianita por favor, di algo.
-Quiero estar sola –murmuró.
-Pero Mariana…
-Quiero estar sola –repitió interrumpiendo a su
primo. Liam suspiró y dejó la habitación. Se sentía impotente, no sabía como
ayudarla.
A las siete de la mañana del día siguiente, la
chica se levantó. Corrió levemente la cortina y dejó que entrara un poco de
claridad a su habitación. Elevó medio cuerpo hasta quedar sentada en la cama,
suspiró profundamente y terminó e salir de ella. Se metió a su cuarto de baño y
apreció su rostro en el espejo; ojeras enormes, cabello desaliñado, labios quebrados
y los ojos hinchados de llanto. Estaba totalmente demacrada.
Al verse detenidamente echó un bostezo y se metió a
la regadera. Se dio un largo baño de agua caliente, se vistió y se maquilló el
rostro, arregló su cabello y bajó a la cocina. Como lo hubiera hecho un día
cualquiera.
-¡Mariana, saliste! Bendito sea Dios –Exclamó su primo con un tono
de felicidad-, ¿estás bien?
-Perfectamente –musitó.
-¿En serio?
-Sí, en serio Liam.
-Pero si hace poco estabas
encerrada en tu habitación, llorando por un motivo que no sé.
-Liam, basta de tanto
preguntar, ¿quieres? –Tomó su bolso, las llaves del departamento y se dirigió a
la puerta.
-¿A dónde vas?
-A desayunar, muero de hambre.
-Yo puedo prepararte algo –interrumpió.
-No, quiero desayunar en el
café que está a la vuelta de la esquina. ¡Ah! Y luego iré a la librería, he perdido
muchos días de trabajo.
Al decir eso se retiró. Liam
estaba perplejo, su prima lo dejó sin habla. Su actitud era la que normalmente
tenía, era como si nada hubiera sucedido, como si no hubiera leído la carta.
Luego de verse en el espejo
Mariana reaccionó, no podía estar más así «Lloré todo lo
que tenía que llorar». Luego de desayunar, abrió su local y tomó un poco
de aire, debía limpiar un poco y hacer que la librería recobrara vida, al igual
que su alma. Debía seguir adelante, no podía sufrir tanto por alguien que no se
preocupaba por ella, por alguien que ni siquiera tuvo el valor de darle la
cara. «Todo será como si nunca te hubiera
conocido Kendall Schmidt».
No hay comentarios:
Publicar un comentario