El día estaba soleado, la brisa acariciaba
suavemente las mejillas de Mariana y algunas hebras de su castaña cabellera
flotaban en el aire. Leía un libro como de costumbre, una novela de la época
contemporánea. Estaba sentaba en un banco, debajo de un gran árbol en el campus
de la universidad, esperaría a que transcurrieran unos cuantos minutos para
entrar a su próxima clase.
La concentración de su lectura se esfumó totalmente
al momento que su celular comenzó a timbrar. La chica miró el identificador de
llamadas pero el número estaba bloqueado, era un número privado. Dudó en
responder pero la insistencia de la llamada la obligó a contestar.
-¿Quién habla? –Fue directa, le inquietaba
desconocer el número de quién llamaba.
-Hola Mariana.
-¿Quién habla? –Repitió.
-¿Tan fácil olvidaste el sonido de mi voz? –Al
escuchar esa oración y pensar quién podría ser, su corazón comenzó a latir con
rapidez.
-¿Qué es lo que quieres? ¿Para qué me llamas?
-Solo quería saber de ti.
-No te interesó saber de mí el día que te fuiste
Kendall, el día que huiste cobardemente de mi lado.
-Las cosas no sucedieron así, yo no huí.
-¡Ay, por favor! Eres un cínico y un mentiroso.
-Acepto lo de cínico pero no te permito que me
taches de mentiroso.
-¿Ah no? ¿Y cómo le llamas a lo que me hiciste?
-Yo te dejé una carta explicándote las razones de
mi partida, yo nunca te mentí.
-Me llenaste de tantas ilusiones y luego te
marchaste Kendall –Espetó con los ojos llenos de lágrimas.
-¡¿Qué?! Mariana, te repito, yo nunca te mentí.
Todo lo que te dije fue verdad, todo absolutamente todo te lo dije con el
corazón en la mano, sería incapaz de lastimarte, de dañar tus sentimientos tan
nobles. –La chica suspiró.
-Pero lo hiciste y te fuiste –agregó con un dejo de
tristeza.
-Lo sé, por eso estoy aquí, mi amor.
Mariana sintió como si su corazón se hubiera
detenido en el instante en que Kendall le susurró esa última oración al su
oído, Kendall estaba detrás de la chica. Estaba en California Heights.
Se levantó impulsivamente de su asiento dejando
caer sus cosas y se volteó a ver a sus espaldas, efectivamente Kendall estaba
parado detrás de ella, con aquel arrepentimiento reflejado en sus ojos.
-¿Qué haces aquí? –Preguntó la chica con un tono de
voz lleno de nervios. Kendall se acercó lo suficiente como para inclinarse y
recoger todo lo que Mariana había tirado en el pasto verdoso del campus. Un
verde que contrastaba el hermoso color de sus ojos, tan verde como el mismísimo
pasto.
-“Alcanzando la
felicidad”, ¿eh? –Profirió al levantar el libro del suelo.
-Es un buen libro. Lo leí cuando estaba muy chico, me dejó una buena enseñanza.
Mariana siempre pensaba que si algún día Kendall se
le atravesara en su camino ella le diría tantas cosas que se había guardado, le
diría lo estúpido que fue y todo lo que le hizo sufrir. En cambio, Mariana se
limitaba a observar y escuchar a Kendall, con nostalgia. Al tenerlo frente a ella
se dio cuenta de cuánto extrañaba a aquel chico, extrañaba sus ojos, su rubia cabellera e incluso extrañaba sus brazos rodeándole la cintura.
-¡Mariana vamos, ya comenzó la clase! –Exclamó un
chico desde lejos. Ambos miraron en dirección de donde provenía la voz, luego
Mariana miró a Kendall. El chico pensó que ella se quedaría, en vez de eso,
Mariana recogió sus cosas y apresuró su paso hasta donde estaba su compañero de
clases. Kendall suspiró y se dejó caer en el banco, cuán soldado derrotado en
una batalla. Apoyó sus codos en sus piernas y enterró su rostro en ambas manos.
No dejaba de lamentarse haber dejado todo por un par de millones y una
película.
Miró momentáneamente al suelo y vio un pequeño
objeto entre el pasto, era uno de los pendientes que adornaba la oreja de
Mariana. Lo recogió y al observarlo sonrió, nuevamente suspiró y su vista se
perdió entre las líneas de las delgadas hojas del monte. Repentinamente un par
de zapatillas se aparecieron ante sus ojos, levantó la mirada con un poco de
esperanzas y sí, era Mariana parada frente a él, con sus libros entre sus
brazos y una mirada nostálgica y confundida.
-Yo… no soy buena con las palabras –profirió. El
chico sonrió.
Kendall se levantó y abrazó a Mariana, ella tan
solo se quedó quieta, cerró sus ojos y percibió el perfume de Kendall. Dejó
caer todo de sus manos y deslizó sus brazos hasta rodear al chico, enterró su
rostro en su pecho. Cómo había extrañado estar así, con él.
Se separó un poco hasta encontrarse con la mirada
de Kendall, llevó una de sus manos hasta su rostro y acarició sus mejillas,
cejas, nariz y el borde de sus labios, lo miró nuevamente e hizo una mueca que
parecía ser una pequeña sonrisa.
-Yo también te extrañé mi amor, y mucho. –Agregó
Kendall, aunque Mariana no dijo nada, era como si sus propios gestos le hubieran
dicho “Te eché mucho de menos”.
-Esto no era lo que tenía pensado Kendall, mi plan
era lanzarte de un puente por lo que me hiciste –Él rió.
-Yo mismo me hubiera lanzado, tan solo quería tu
perdón. Tenía tanto miedo de venir y que no quisieses hablar conmigo, yo sé que
te lastimé mucho, lo veo en tu mirada y no sabes cuánto me arrepiento de
haberme alejado de ti.
-Era tu deber.
-No, mi deber era quedarme junto a ti y amarte con
cada partícula de mi miserable ser.
-No digas eso, tú no eres miserable. Muchos podrán
pensarlo pero mí Kendall no es miserable. Al contrario, es dulce, atento,
divertido y muy atractivo.
-Oh, ¿así que estabas conmigo solamente por qué soy atractivo?
-Tal vez –ella soltó una pequeña risita y volvió a
abrazarlo. –No puedo creer que haya sido tan débil como para estar en tus
brazos y no tratando de matarte.
-No es debilidad Mariana, es amor.
Automáticamente sus mejillas se coloraron, era tan
cierto lo que el chico decía. Mariana estaba enamorada de Kendall, tanto como
él de ella.
-¿Te gustaría caminar un poco? –Propuso el chico.
Mariana se encogió de hombros.
Caminaron sin mucho que hablar, caminaban en
silencio. Caminaron hasta llegar a la librería, aquella misma que traía muchos
recuerdos a Kendall.
-Tanto tiempo sin pisar el suelo de este lugar
–murmuró. Caminó por entre los estantes pasando su dedo índice por los lomos de
los libros. –Tiene el mismo olor y la misma sensación que hace dos años atrás –se
giró a ver a Mariana –Dos años que me han hecho extrañarte inmensamente.
Se acercó a Mariana y tomó su mano derecha. La
colocó en su pecho, justo en su corazón.
-¿Sientes como late? –Le preguntó.
-Late muy… rápido.
-Esta latiendo de la misma manera que latió en
aquel primer instante que miré tus ojos.
Apartó una de sus manos para acomodarle un mechón
de cabello sobresaliente a la chica. Acarició su mejilla y sonrió con ternura.
Ella se limitó a mirarlo detenidamente a los ojos.
-Eres tan hermosa –agregó Kendall.
La chica le tomó la mano y la besó, gesto que
incitó a que Kendall se acercara más a ella y poder darle un beso. Un beso que
anhelaba cada noche desde que se marchó. Un beso lento y dulce.
Normalmente no era su estilo de besar pero eso le
inspiraba Mariana, ternura. Era increíble cómo un chico tan impertinente haya
sido dominado por una chica educada, amable e independiente. Eran como el
cuento de “La bella y la bestia”.
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