Él apareció, de la nada. Llegó en uno de los más desesperantes momentos de mi vida, en un momento que ni siquiera tenía planificado conocer a un chico, a alguien como él.
Era alto, pero no tan larguirucho. Su tez era blanca y hermosa, su cabello era castaño oscuro moldeado con gel de cabello haciendo que cada hebra quedara perfectamente levantada. En lo primero que me fijé fue en sus ojos, eran almendrados y no estaba segura si eran color miel o castaño claro, quizás una combinación de ambos. No estaba segura de eso, pero lo que podía asegurar es que sus ojos eran los más deleitantes que haya podido ver, destellaban un brillo único, un brillo de satisfacción, seguridad y masculinidad.
Sus labios eran delgados y moldeados, de un color rosa pálido. Al articular alguna palabra podías sentir la invitación para besarlos. Eran provocativos, y sí, quería besarlos. De ellos apareció una sonrisa repentina, una delicada y cuidadosa sonrisa, y aunque no fuera para mí, mi cuerpo se estremeció.
¿Puedes volver a sonreír? ¿Por favor?
Su mirada cayó en la mía, tan ardiente como el ardor que estaba sintiendo en mis mejillas. Fue en ese momento que me di cuenta de lo tanto que se había metido bajo mi piel. Cada encuentro de sus ojos y los míos enviaba una electricidad a través de todo mi cuerpo, y estaba lo suficientemente segura de que él lo notó. Él sabía todo el efecto que estaba causando en mí.
Sacudí la cabeza tratando de ordenar mis pensamientos. Okey, era atractivo, pero no era el momento para pensar en esa clase de cosas. Definitivamente no era el momento de pensar en cualquier otra cosa, aunque esa cosa fuera su mirada. No podía sacarlo de mis pensamientos, y tampoco quería hacerlo.