21 de septiembre de 2012

DON’T YOU KNOW ME?


01

Días como éstos son los que Mariana odiaba, esos días de lluvias imparables que se apoderaban de las calles de California Heights, Long Beach. Muy pocas veces sucedía eso en ese condado de California, pero cuando ocurría, era nefasto. Mariana pasaba un plumón de un lado a otro entre los libros que reposaban en el estante para quitar el necio polvo que siempre se adhería en ellos.


-¿Puedo ayudarlo en algo? –preguntó la joven amablemente a un sujeto que tenía rato observando los lomos de los libros.

-No, solo estoy mirando los libros –resopló el individuo, seco.


Mariana arqueó una ceja e ignoró la respuesta tan indiferente de ese hombre, su vista se giró a la puerta que, al abrirla, la campañilla anunció un nuevo cliente. Era un chico alto, escondido detrás de unos lentes, gorro y ropa oscura, miró el alrededor de la librería e inhaló de su cigarrillo, para luego esparcir el humo contaminante en el aire, seguidamente presionó la colilla del mismo contra su pantalón y lo apagó. Echó un suspiro y comenzó 
su búsqueda entre libros.


-¡Hey! –le dijo Mariana exasperada al individuo que ya tenía rato en la librería. –No pienses que te voy a dejar ir con el libro que acabas de guardar en tu pantalón.

-¿De qué hablas niña? –respondió con una pregunta, actuando como si la joven lo estuviera acusando injustamente. Ella lo retó con la mirada y se acercó a él levantando su camiseta para sacar el libro que estaba entre la pelvis y el pantalón de aquel hombre.

-¡De esto, imbécil! –Miró a la chica y al otro hombre nerviosamente -¿Qué esperas para largarte antes de que llame a la policía?


Sin dejar pasar más tiempo, el hombre apresuró su paso y salió fugazmente de la tienda, ya la lluvia comenzaba a descender. El otro muchacho la miró con lo que parecía ser una sonrisa graciosa.


-¿Tu qué? ¿Vas a comprar un libro o también tengo que sacar uno de tu pelvis?

-Podrías hacer otra cosa –le dijo en tono atrevido al mismo tiempo que arqueaba una de sus gruesas cejas.

-Deberías largarte tú también.

-Mira señorita malhumorada, tú a mí no me tratas así, ¿ok?

-¿Disculpa?

-Esta bien, te disculpo –alargó con aire sobrado. Ella lo miró absurdamente.

-No te pedí disculpas, ¿es que además de creído eres un tarado?

-A ver niña, tú empezaste insinuando que también quiero robar un libro. Eso es ofensivo, así que te trato como me tratas –agregó perspicaz. Ella lo miró detenidamente.

-Tienes razón, discúlpame. ¿Se te ofrecía algo?

-Estaba buscando “Reflectores bajo el agua” pero no lo he visto en esas repisas. –Mariana lo miró asombrada. -¿Por qué me miras de esa forma?

-Nada, solo que, ese es mi libro favorito.

-¿En serio? Bueno, yo lo busco porque se me perdió mi ejemplar en un viaje y quedé a mitad de libro. Es muy interesante.

-¡Si lo es! –Exclamó la chica algo emocionada. –Lastima que ya no me quedan ejemplares de ese libro, solo..., el mío.

-¡Ah! –Profirió desanimado -Bueno, gracias.


Se fue de aquél acogedor lugar y ella, después de observar como el chico se alejaba, continuó desempolvando los libros. Varios minutos transcurridos decidió salir al cafetín que estaba a la vuelta de la esquina a comprarse un mocachino. Sonrió amablemente al recibir su vaso de café y retomó el camino a su librería.

Justamente, con la mirada baja, cruzando la esquina se tropezó con alguien y echó accidentalmente su café en la camiseta de esa persona.


-¡Que idiota eres, fíjate tarada! –Exclamó molesto.

-Discúlpame, de verdad no te vi, no fue mi intención –dijo ella con desespero. Cuando levantó su mirada, era el mismo chico que había estado en la librería hacía unos minutos atrás –oye, eres tú.

-Vaya, vaya. Si eres justamente a quien estaba buscando, la regañona que le gusta mi libro favorito –ella sonrió.

-Y tu el creído que le gusta mi libro favorito –ahora fue él quien sonrió.

-Así que, ¿pensabas tomar el café que derramaste en mi camisa?

-No, solo lo compré porque quise echártelo encima –él arqueó una ceja –Ay ya tonto, ¿qué hacías, no te habías ido?

-Es que, me regresé a tu librería para hacerte una pequeña propuesta, pero como estaba cerrado me regresé y acabo de chocar con una tonta que no mira por donde camina y derramó su café en mí.

-¡Oye! –Reclamó ella entre risas -¿Qué clase de propuesta?

-Bueno, me regresé para preguntarte si podías venderme tu ejemplar –Puso cara de súplica –Por favor.

-¡Estás loco! –Exclamó ella. Antes de que pudieran seguir con la conversación, son interrumpidos por una chica rubia, como de unos 15 años o menos, tenía un aspecto muy de chica joven.

-¡Oh por Dios! Tú eres… Guao, es que tu eres… ¿Me das tu autógrafo? –Apenas y pudo hablar, estaba tan impresionada de ver a ese chico, es más, hasta de saber quien era detrás de esos lentes y ropa negra, ni Mariana podía ver bien su rostro.

-Claro que sí –tomó la hoja y el bolígrafo que ella le ofrecía tan sonriente y se lo firmó muy a gusto –listo, aquí tienes.

-Gracias –le besó una mejilla muy rápidamente y se marchó corriendo y feliz, era como si le hubieran dado un dulce a un niño.

-Y eso… ¿Qué fue?

-¿De verdad no sabes quien soy? –Preguntó algo extrañado.

-Si supiera no te hubiera preguntado, digo, es como obvio –él rió por lo bajo.

-Sarcástica, ¿eh? Si tal vez me ofrecieras quitar esta mancha de café podría contarte quien soy.

-Vivo justo arriba de la librería, lo menos que puedo hacer es lavarla, ¿vamos? –Él asintió y antes de ir al departamento de Mariana, ella le pasó el seguro a la puerta de la tienda. Por suerte su primo Liam estaría en la universidad, así no tendría que responder a un gran cuestionamiento.

-¡Es lindo! –Dijo el chico al entrar al departamento.

-Bueno señor extraño, quítate la camisa.

-¿No crees que es muy pronto? No me sé ni tu nombre –agregó el con travesura.

-Que bobo eres.


Bufó y se quitó la camisa, no sin antes quitarse la gorra y los lentes que traía, para su sorpresa Mariana se consiguió con un chico rubio de ojos verdes, era muy hermoso. Tragó saliva al ver unos abdominales marcados y con pensar en la idea de tener a un chico semi-desnudo en su departamento la tenía nerviosa. Tomo aire y sin hablar agarró la camisa que el chico le ofreció cuando extendió su mano y lanzó el pedazo de tela que cubría el buen torso de aquel chico en la lavadora. De regreso, se sentó con él en el sofá, mientras su camisa se lavara y secara para poder retornar su camino.


-¿Ahora si me dirás quien eres? –El chico rió.

-¿Acaso no ves televisión, cine, no escuchas radio?

-Solo tengo dedicación a la lectura, hace mucho tiempo que estoy desconectada del mundo artístico.

-Eso explica todo, yo…, soy actor de cine –respondió en voz baja, como si no quisiera que ella supiera, sin embargo le dijo la verdad.

-¿Cómo dices?

-Si, bueno he trabajado en un par de películas cinematográficas y así.

-¡Que genial! Entonces, ¿qué hace alguien como tú en estos lados de California?

-No me subestimes, me gusta Long Beach, sobre todo porque me gusta muchísimo el circuito callejero de aquí. Pero, realmente es porque iba a grabar una película.

-¿Ibas?

-Me despidieron –se encogió de hombros.

-¿Porqué?

-Al parecer no cumplí con lo establecido en mi contrato. Es que, digamos que eso de ser obediente no se me da muy bien.

-Puedo notarlo.

-¿Cómo?

-Tu ropa habla por si sola.


Él chico rió y luego Mariana se incorporó a su pequeña risa. Ambos se desenvolvieron de una manera tan increíble, hablaron de las películas que él había hecho y porqué Mariana no le gustaba ver televisión. Hablaron hasta que el sonido de la lavadora les hizo saber que ya su camiseta estaba limpia y seca, así el chico pudiera regresar sin problemas a lo que sea que estuviera haciendo.


-Fue un gusto conocerte, y no se si has notado que hablamos de todo menos de nuestros nombres –Él rió. -Mi nombre es Mariana, mucho gusto.

Extendió su mano y el chico la sujetó para luego besársela cortésmente.

-Mi nombre es Kendall… Kendall Schmidt y el gusto es mío.