01
Días como éstos son los que
Mariana odiaba, esos días de lluvias imparables que se apoderaban de las calles
de California Heights, Long Beach. Muy pocas veces sucedía eso en ese condado
de California, pero cuando ocurría, era nefasto. Mariana pasaba un plumón de un
lado a otro entre los libros que reposaban en el estante para quitar el necio
polvo que siempre se adhería en ellos.
-¿Puedo ayudarlo en algo?
–preguntó la joven amablemente a un sujeto que tenía rato observando los lomos
de los libros.
-No, solo estoy mirando los
libros –resopló el individuo, seco.
Mariana arqueó una ceja e
ignoró la respuesta tan indiferente de ese hombre, su vista se giró a la puerta
que, al abrirla, la campañilla anunció un nuevo cliente. Era un chico alto,
escondido detrás de unos lentes, gorro y ropa oscura, miró el alrededor de la
librería e inhaló de su cigarrillo, para luego esparcir el humo contaminante en
el aire, seguidamente presionó la colilla del mismo contra su pantalón y lo
apagó. Echó un suspiro y comenzó
su búsqueda entre libros.
-¡Hey! –le dijo Mariana
exasperada al individuo que ya tenía rato en la librería. –No pienses que te
voy a dejar ir con el libro que acabas de guardar en tu pantalón.
-¿De qué hablas niña?
–respondió con una pregunta, actuando como si la joven lo estuviera acusando
injustamente. Ella lo retó con la mirada y se acercó a él levantando su
camiseta para sacar el libro que estaba entre la pelvis y el pantalón de aquel
hombre.
-¡De esto, imbécil! –Miró a la
chica y al otro hombre nerviosamente -¿Qué esperas para largarte antes de que
llame a la policía?
Sin dejar pasar más tiempo, el
hombre apresuró su paso y salió fugazmente de la tienda, ya la lluvia comenzaba
a descender. El otro muchacho la miró con lo que parecía ser una sonrisa
graciosa.
-¿Tu qué? ¿Vas a comprar un
libro o también tengo que sacar uno de tu pelvis?
-Podrías hacer otra cosa –le
dijo en tono atrevido al mismo tiempo que arqueaba una de sus gruesas cejas.
-Deberías largarte tú también.
-Mira señorita malhumorada, tú
a mí no me tratas así, ¿ok?
-¿Disculpa?
-Esta bien, te disculpo –alargó
con aire sobrado. Ella lo miró absurdamente.
-No te pedí disculpas, ¿es que
además de creído eres un tarado?
-A ver niña, tú empezaste
insinuando que también quiero robar un libro. Eso es ofensivo, así que te trato
como me tratas –agregó perspicaz. Ella lo miró detenidamente.
-Tienes razón, discúlpame. ¿Se
te ofrecía algo?
-Estaba buscando “Reflectores bajo el agua” pero no lo he
visto en esas repisas. –Mariana lo miró asombrada. -¿Por qué me miras de esa
forma?
-Nada, solo que, ese es mi
libro favorito.
-¿En serio? Bueno, yo lo busco
porque se me perdió mi ejemplar en un viaje y quedé a mitad de libro. Es muy
interesante.
-¡Si lo es! –Exclamó la chica
algo emocionada. –Lastima que ya no me quedan ejemplares de ese libro, solo...,
el mío.
-¡Ah! –Profirió desanimado -Bueno,
gracias.
Se fue de aquél acogedor lugar
y ella, después de observar como el chico se alejaba, continuó desempolvando
los libros. Varios minutos transcurridos decidió salir al cafetín que estaba a
la vuelta de la esquina a comprarse un mocachino. Sonrió amablemente al recibir
su vaso de café y retomó el camino a su librería.
Justamente, con la mirada baja,
cruzando la esquina se tropezó con alguien y echó accidentalmente su café en la
camiseta de esa persona.
-¡Que idiota eres, fíjate
tarada! –Exclamó molesto.
-Discúlpame, de verdad no te
vi, no fue mi intención –dijo ella con desespero. Cuando levantó su mirada, era
el mismo chico que había estado en la librería hacía unos minutos atrás –oye,
eres tú.
-Vaya, vaya. Si eres justamente
a quien estaba buscando, la regañona que le gusta mi libro favorito –ella
sonrió.
-Y tu el creído que le gusta mi
libro favorito –ahora fue él quien sonrió.
-Así que, ¿pensabas tomar el
café que derramaste en mi camisa?
-No, solo lo compré porque
quise echártelo encima –él arqueó una ceja –Ay ya tonto, ¿qué hacías, no te
habías ido?
-Es que, me regresé a tu
librería para hacerte una pequeña propuesta, pero como estaba cerrado me
regresé y acabo de chocar con una tonta que no mira por donde camina y derramó
su café en mí.
-¡Oye! –Reclamó ella entre
risas -¿Qué clase de propuesta?
-Bueno, me regresé para
preguntarte si podías venderme tu ejemplar –Puso cara de súplica –Por favor.
-¡Estás loco! –Exclamó ella.
Antes de que pudieran seguir con la conversación, son interrumpidos por una
chica rubia, como de unos 15 años o menos, tenía un aspecto muy de chica joven.
-¡Oh por Dios! Tú eres… Guao,
es que tu eres… ¿Me das tu autógrafo? –Apenas y pudo hablar, estaba tan
impresionada de ver a ese chico, es más, hasta de saber quien era detrás de
esos lentes y ropa negra, ni Mariana podía ver bien su rostro.
-Claro que sí –tomó la hoja y el
bolígrafo que ella le ofrecía tan sonriente y se lo firmó muy a gusto –listo,
aquí tienes.
-Gracias –le besó una mejilla
muy rápidamente y se marchó corriendo y feliz, era como si le hubieran dado un
dulce a un niño.
-Y eso… ¿Qué fue?
-¿De verdad no sabes quien soy?
–Preguntó algo extrañado.
-Si supiera no te hubiera
preguntado, digo, es como obvio –él rió por lo bajo.
-Sarcástica, ¿eh? Si tal vez me
ofrecieras quitar esta mancha de café podría contarte quien soy.
-Vivo justo arriba de la
librería, lo menos que puedo hacer es lavarla, ¿vamos? –Él asintió y antes de
ir al departamento de Mariana, ella le pasó el seguro a la puerta de la tienda.
Por suerte su primo Liam estaría en la universidad, así no tendría que
responder a un gran cuestionamiento.
-¡Es lindo! –Dijo el chico al
entrar al departamento.
-Bueno señor extraño, quítate
la camisa.
-¿No crees que es muy pronto?
No me sé ni tu nombre –agregó el con travesura.
-Que bobo eres.
Bufó y se quitó la camisa, no
sin antes quitarse la gorra y los lentes que traía, para su sorpresa Mariana se
consiguió con un chico rubio de ojos verdes, era muy hermoso. Tragó saliva al
ver unos abdominales marcados y con pensar en la idea de tener a un chico semi-desnudo
en su departamento la tenía nerviosa. Tomo aire y sin hablar agarró la camisa
que el chico le ofreció cuando extendió su mano y lanzó el pedazo de tela que
cubría el buen torso de aquel chico en la lavadora. De regreso, se sentó con él
en el sofá, mientras su camisa se lavara y secara para poder retornar su
camino.
-¿Ahora si me dirás quien eres?
–El chico rió.
-¿Acaso no ves televisión,
cine, no escuchas radio?
-Solo tengo dedicación a la
lectura, hace mucho tiempo que estoy desconectada del mundo artístico.
-Eso explica todo, yo…, soy
actor de cine –respondió en voz baja, como si no quisiera que ella supiera, sin
embargo le dijo la verdad.
-¿Cómo dices?
-Si, bueno he trabajado en un
par de películas cinematográficas y así.
-¡Que genial! Entonces, ¿qué
hace alguien como tú en estos lados de California?
-No me subestimes, me gusta
Long Beach, sobre todo porque me gusta muchísimo el circuito callejero
de aquí. Pero, realmente es porque iba a grabar una película.
-¿Ibas?
-Me despidieron –se encogió de
hombros.
-¿Porqué?
-Al parecer no cumplí con lo
establecido en mi contrato. Es que, digamos que eso de ser obediente no se me
da muy bien.
-Puedo notarlo.
-¿Cómo?
-Tu ropa habla por si sola.
Él chico rió y luego Mariana se
incorporó a su pequeña risa. Ambos se desenvolvieron de una manera tan
increíble, hablaron de las películas que él había hecho y porqué Mariana no le
gustaba ver televisión. Hablaron hasta que el sonido de la lavadora les hizo
saber que ya su camiseta estaba limpia y seca, así el chico pudiera regresar
sin problemas a lo que sea que estuviera haciendo.
-Fue un gusto conocerte, y no
se si has notado que hablamos de todo menos de nuestros nombres –Él rió. -Mi
nombre es Mariana, mucho gusto.
Extendió su mano y el chico la
sujetó para luego besársela cortésmente.
-Mi nombre es Kendall… Kendall
Schmidt y el gusto es mío.